Durante años, la mente de los conquistadores de América, principalmente provenientes de territorios como España e Inglaterra, estuvo asechada por la codicia que suponía un mítico lugar con grandes reservas de oro: El Dorado.
Atraídos por la idea de una ciudad con calles, muros e infinidad de objetos de oro, se dice que decenas de exploradores perdieron la vida en el intento por encontrar el mítico destino entre caminos hasta entonces inexistentes y zonas donde la naturaleza se manifestaba con total libertad en belleza o peligros.
Según la historia, fue en 1534 cuando los interminables recorridos comenzaron por lo que hoy conocemos como Perú y Colombia, hasta fundirse en el olvido sin ningún éxito. La idea de El Dorado siguió viva con el paso de los años, inspiró a escritores, cuentistas y pintores, hasta que se detuvo entre la realidad y la fantasía.
Sin embargo el origen de esta leyenda siempre fue cierto. Aunque desvirtuado de su verdadero significado, este mito se transporta a una hermosísima ceremonia que tomaba lugar entre los muiscas, pueblo indígena que habitaba en la actual Colombia.
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