Desde la antigüedad hasta nuestros días, la joyería ha sido un fenómeno cultural que hunde sus raíces en el mundo de lo simbólico, más que en lo utilitario o funcional. Pero sería absolutamente imposible entender el mundo de la joyería y del ornamento corporal, sin el soporte de la materia.
En Mesoamérica, por ejemplo, los objetos de metal sirvieron para equilibrar las fuerzas cósmicas en el individuo y conferirle poder y protección. El oro y los metales amarillos representaron fluidos solares: sudor o semen, elementos masculinos que enriquecen y hacen germinar la tierra. La plata y los metales blancos fueron identificados con lágrimas de la luna, confiriendo al planeta su humedad y capacidad de transformación.
Por otra parte, la realidad podría ser definida como “aquello que parece ser”. De allí que la realidad sea, fundamentalmente, un acuerdo; aquello que acordamos como real, es lo real. Podríamos decir entonces que la percepción de la realidad, en gran medida, consiste en lo que se pueda comunicar a otras personas.
En este punto, podríamos entrar en la definición de la materia tratada mediante el estudio de la realidad interior que, en contraste con la realidad exterior, es invisible y no perceptible por los sentidos físicos. Al alma, la mente y nuestra conciencia, no las percibimos, sólo vemos el cuerpo movido por una voluntad.
Por otro lado, afirmar que existe algo llamado inconsciente es una simple etiqueta, pues es evidente que todo lo que no se conoce es inconsciente hasta que pasa a ser conocido, es decir, consciente.
Los seres humanos, en un afán de volver consciente el inconsciente y de acercarnos a la realidad interior, hemos creado códigos simbólicos que nos han permitido representar y comunicar con el mundo invisible, siendo esa una forma de definir nuestra identidad espiritual para ayudarnos a comprender, a penetrar, e intentar controlar las fuerzas de nuestro universo mágico, donde se mezclan el pensamiento poético, místico y científico.
Podríamos ver entonces a una joya como el elemento cargado de propiedades mágicas o simbólicas, a través de las cualidades intrínsecas conferidas a ciertos materiales considerados extraordinarios, exóticos, o con propiedades especiales: adjudicadas todas ellas por el propio ser humano.
La joyería ha conquistado espacios dentro del mundo espiritual
La joyería, a su vez, es una de las formas de expresión más antiguas de la humanidad, ha conquistado espacios dentro del mundo inteligible o espiritual, considerándose así como un símbolo de protección que atrae fortuna, en el caso de los talismanes, o para prevenir desgracias, en el caso de los amuletos.
Ambos, amuletos y talismanes, han ido cambiando en forma y materia a la par que la historia de la humanidad. En oposición a los collares de huesos y dientes usados por el hombre de Neandertal, el hombre contemporáneo ha cargado de propiedades mágicas otros materiales emblemáticos y propios de su cultura, transformando estos materiales en metáfora de su tiempo, revalorizando así, al mismo tiempo, el contacto con la materia.
Un ejemplo de esto último, es la exposición de joyería contemporánea “Joyaviva: Joyería viva a través del Pacífico”, cuya curaduría estuvo a cargo del australiano Kevin Murray, quien pretende analizar las ventajas del portador de un ornamento, expandir las nociones de la joyería contemporánea llevando, a ésta misma, a reconectarse con su función de ayudar a la gente a navegar por la vida; especialmente en el caso particular de los amuletos, cuya función primaria es proteger contra el mal.
En un contexto contemporáneo, según el concepto del joyero holandés Ruudt Peters, se podría concluir que un amuleto es: “El proceso de dar al mundo un nuevo significado espiritual y holístico en el cual, entre otras cosas, hay más espacio para emociones, apetitos, sueños y misticismo”.
Demostrando así que la joyería puede también cumplir una de las premisas más importantes del arte: hacer visible lo invisible.
Lic. Daniela Rivera
The Workshop Estudio
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