La tiara de la emperatriz Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III, es considerada una de las joyas más fascinantes y misteriosas del siglo XIX. Su valor histórico encarna una vida marcada por el lujo, el exilio y acontecimientos inesperados.
Está compuesta por 212 perlas, incluyendo varias en forma de pera, tiene mil 998 diamantes pequeños, de corte brillante y fue diseñada por la prestigiosa casa francesa Bapst con un estilo neoclásico que reflejaba el gusto refinado de la corte imperial. Esta pieza sorprendente hoy se suma a las múltiples piezas robadas el pasado mes de octubre en el Museo de Louvre.
Tras la caída del Segundo Imperio en 1870, Eugenia huyó a Inglaterra llevando consigo parte de sus joyas más queridas. La tiara, símbolo de su esplendor como soberana, se mantuvo bajo su resguardo durante años hasta que, ya en el ocaso de su vida y lejana de la política europea, muchas de sus piezas fueron puestas en venta en distintas subastas.
La tiara cambió de manos varias veces, convirtiéndose en un objeto codiciado por coleccionistas. En una de estas transacciones se vio envuelta incluso en un sonado atraco en el que varias joyas históricas fueron sustraídas, aumentando su aura de intriga. Aunque posteriormente fue recuperada, aquel episodio elevó aún más su leyenda como una pieza perseguida por la fortuna.
Sin embargo, en octubre de 2025 su historia tomó un giro inesperado, cuando fue sustraída durante un audaz atraco en el Museo del Louvre. En apenas unos minutos, un grupo de ladrones logró acceder a la Galería de Apolo y llevarse varias joyas históricas, entre ellas la tiara. El robo, ejecutado con precisión casi militar, conmocionó a la comunidad del arte y generó una investigación internacional. Aunque algunas piezas del botín fueron recuperadas posteriormente, la tiara de Eugenia permanece desaparecida.
Hoy, la tiara de la emperatriz Eugenia es recordada por su impecable manufactura, pero sobre todo por la fuerza narrativa que la acompaña: una joya que atravesó imperios, fronteras y pérdidas; lo que la determina como un símbolo de la fragilidad del poder.

